Con
su permiso maestro un poquito por soleá:
“Del Albaicín una estrella
se
hizo garganta jonda
para
cantarle a la tierra”.
Ay
Morente, Enrique del conocimiento, si bebiste en un caudal de fuentes
granaínas, con el Darro y el Genil suspirando la brisa profunda de un
Guadalquivir moruno. Si tu mundo era la Alhambra y Cobito y Juanillo el gitano
y siempre la cercanía de los Habichuela, porque
“Yo tenía una bandera
con un letrero que dice
que vivan los Habichuela”.
Te
marchaste del Albaicín, Enrique el Granaíno, para cantarle a la tierra, y tus
quejíos fueron gritos de caravanas errantes, el llanto y la alegría milenaria
del conocimiento se enredaron en tu garganta. Porque fuiste alfa y omega del
cante, pero para ser omega hay que tener mucho conocimiento, mucha afición.
Nadie inventa sobre la nada, nadie renueva sobre el vacío y el silencio, y tú
llevabas “prendía” la sabiduría de todos los ancestros del cante, por eso
pudiste buscar nuevas formas de expresión, por eso y porque tu talento, tu
inquietud y tu genialidad desbordaban los caminos del cante buscando senderos y
encuentros. Y así prendiste los
corazones. Grito milenario fundido en metales de los pozos más jondos del cante,
que volaron hacia el universo buscando crepúsculos y estrellas.
Ay
amigo Enrique, “Si yo encontrara la
estrella que en el camino me alumbrara…” Pero como una estrella fugaz te
apagaste un día y nos dejaste huérfanos de sabiduría, de alma creativa, la de
todos los poetas del mundo, los que cantaste y los que te inspiraron. Te
fuiste.
Tu
eco encendió la llama de la vida, prendieron las candilejas del cante y se
iluminaron las estrellas, todas la del firmamento, todas. Te fuiste pero te
quedaste. Como bien dijiste en aquella petenera:
“Estrella de fuego fuiste
que en mi corazón
entraste,
dejaste prendío el fuego
y luego te retiraste”
JOSÉ
FRANCISCO LÓPEZ