sábado, 5 de mayo de 2007

ALBERTI Y EL FLAMENCO

ALBERTI Y EL FLAMENCO

José Francisco López

“La aurora va resbalando
entre espárragos trigueros.
Se le ha clavado una
espina
en la yemita del dedo.

–¡Lávalo en el río, aurora,
y sécalo luego al viento!”

Este poema, del libro “Marinero en tierra” de Rafael Alberti, lo canta por tangos Calixto Sánchez en su disco “De los Alcores a Granada”.
He querido comenzar con este poema porque no cabe duda que la poesía de Alberti ha influido en muchos artistas flamencos en momentos puntuales de su obra, ya sea cantando sus letras o como fuente de inspiración en compositores, guitarristas o bailaores. Sirva como ejemplo el magnífico “Concierto flamenco para un marinero en tierra” de Vicente Amigo. Y es que la primera poesía de Alberti es, como dijo Juan Ramón Jiménez: “Poesía popular, pero sin acarreo fácil: personalísima; de tradición española, pero sin retorno innecesario; nueva, fresca y acabada a la vez; rendida, ájil, graciosa, parpadeante; andalucísima.” Yo creo que esta poesía, que aparece en los tres primeros libros de Alberti, parte de la lírica popular y las viejas cancioncillas tradicionales, por tanto está absolutamente entroncada con la mejor tradición de la lírica flamenca. No obstante no nos podemos llevar a engaño, Rafael Alberti no tiene al flamenco como eje de su vida, más bien lo lleva en la memoria de sus “adentros”, lo lleva como un andaluz del Puerto de Santa María que creció escuchando como su madre interpretaba al piano “las coplas y romances del sur, que a mí sólo me transmitía quizá por ser el único de la casa que le atrayeran sus cultos y aficiones.”
Alberti conoce el Flamenco, conoce los “Cantos populares españoles” de Francisco Rodríguez Marín y el “Cancionero” de Barbieri, que se apresura a comprar con las cinco mil pesetas que, en el año 1925, ganó al otorgársele el Premio Nacional de Poesía a su libro “Marinero en Tierra”.
Su libro de Memorias “La arboleda perdida” tiene muchas referencias de este conocimiento de lo jondo sustentado en sus vivencias y en su amor por la música. Por ejemplo, cuando nos cuenta como un amigo inició, “en la noche de apariencia tranquila, unos pasos de bulerías, con el magnífico estilo del mejor bailador gaditano.”; o cuando hablando del estreno de “El tricornio” de Manuel de Falla, nos comenta que descubrió “el apasionante ritmo y el alma jonda, profunda de Falla.”; o cuando hablando de muchos de los poemas de “Las islas invitadas” de Manuel Altolaguirre nos dice que “estaban ya tocados de esa angustia, de ese dolor, hondos, como los del cante andaluz más sublimado y puro.”
Aprendió coplas del resucitado folklore de la I República, “en rincones de cante jondo y tabernas ocultas…”. Se sintió, a veces, “un poeta en la calle, un poeta del alba de las manos arriba..., con los zapatos puestos, como desea el héroe de la copla andaluza:

“Con los zapatos puestos
tengo que morir,
que, si muriera como los valientes,
hablarían de mí.”

Rafael Alberti escribió gran cantidad de pregones, estampas, chuflillas y coplas. Nos cuenta que una de aquellas canciones:

“Aceitunero que estás
vareando los olivos,
¿me das tres aceitunitas
para que juegue mi niño?,

años más tarde la hizo famosa, con ligeras variantes, la compañía de bailes y cantos populares de la Argentinita, repitiéndose por toda España como de autor anónimo.”
Tuvo una extraordinaria amistad con García Lorca, que le hizo conocer de primera mano obras del genial poeta granadino como su “Poema del Cante jondo” o “Romancero gitano”.
También fue muy amigo de Ignacio Sánchez Mejías, con el que vivió extraordinarias escenas flamencas, como aquella vez en que lo acompañó a Jerez a buscar para la compañía de la Argentinita a “gitanos, bailaores y cantaores puros, que no estuviesen maleados por eso que en Madrid se llamaba la ópera flamenca. Y nada como Jerez y los pueblos de la bahía para encontrarlos…Al lado de la figura monumental de Espeleta, que parecía un Buda cantor, …toda una serie de chiquillos, bronceados, flexibles…Pero su más grande adquisición la hizo luego, en Sevilla, con la Macarrona, la Malena y la Fernanda, tres viejas y ya casi olvidadas cumbres del baile. La última, anciana que apenas podía tenerse en pie, había alcanzado a bailar con la Gabriela y la Mejorana en el famoso Café del Burrero."
Para Alberti el cante jondo es un “canto terriblemente andaluz de oscuros orígenes, emparentado con cantos orientales de la Persia y la India, cruzado de lamentos litúrgicos.”
Su evocación andaluza desde el exilio también lo acercan al Flamenco de una manera especial. Cuenta José Menese : “Conocí a Alberti en Roma. La RCA me había proporcionado el doblaje de Hugo Tonazzy en una película italiana. Daniel Zarza Vázquez se enteró de que me iba a Roma y me dio para Alberti una botella de anís seco, que le encantaba; y José María Moreno Galván, una de Fino Laína, que le encantaba. Y las pasé las dos. Alberti es un personaje que me encantó. Pero algo tendría yo también, porque me abrió las puertas de su casa y de su corazón de par en par. Él, María Teresa León y todos los que le rodeaban. Le canté seis días con seis noches. Alberti me ayudó con los problemas que tuve. Cuando se acabó la película volví a España pero siguió la amistad. Después, lo veía mucho en París. Nos reunimos una vez cuando estrenó Noches de guerra en el Museo del Prado. Como recuerdo de mi visita a Roma me había mandado un poema, que es el que aparece en el LP de 1967, en Cantes Flamencos Básicos:

A la voz de José Menese
"Tan solo penando

sin saber que un día
una voz que me vino de lejos
me consolaría.
Voz que me cantaba
los años oscuros,
la fatiga de todos mis muertos
entre cuatro muros.
El arranque ciego,
la sangre valiente,
ese toro metido en las venas
que tiene mi gente.”

Residiendo en su exilio de Roma recibió la visita de Manuel Gerena, al que escribió las “Coplas para Manuel Gerena”, donde sobresale el dolor,
“la pena que es valentía
cuando no dejan al pueblo
más que pena y agonía.”

Quisiera finalizar esta humilde aproximación a un Alberti relacionado con el Flamenco, con un delicioso pasaje de su mencionado libro de memorias “La arboleda perdida”, donde nos cuenta como en una fiesta en la residencia de Ignacio Sánchez Mejías en Pino Montano llegaron el guitarrista “Manuel Huelva, acompañado por Manuel Torres, el Niño de Jerez, uno de los genios más grandes del cante jondo. Después de unas cuantas rondas de manzanilla, el gitano comenzó a cantar, sobrecogiéndonos a todos, agarrándonos por la garganta con su voz, sus gestos y las palabras de sus coplas. Parecía un bronco animal herido, un terrible pozo de angustias. Mas, a pesar de su honda voz, lo verdaderamente sorprendente eran sus palabras: versos raros de soleares y siguiriyas, conceptos complicados, arabescos difíciles.
–¿De dónde sacas esas letras? –se le preguntó.
–Unas me las invento, otras las busco.
–A propósito –dijo entonces Ignacio–. ¿Por qué no cantas eso que tú llamas “las placas de Egito”?
Sin casi dejarnos tiempo a la sorpresa ante tan peregrino título, Manuel Torres se arrancó un extraño cante, creado totalmente por él. Al acabar, después de un breve silencio estremecido, le rogamos nos explicase cómo había llegado a ocurrírsele aquello.
El gitano, seria y sencillamente, nos contó:
–Una noche me llamaron unos señores amigos. Fui. Por más que se bebió y me jalearon, yo no estaba esa noche para cante. Lo poco que hice, lo hice mal. No me salía. La voz no se me daba. Me tuve que marchar muy triste y preocupado. Anduve solo por las calles, sin saber qué hacía. Al pasar por la Alameda de Hércules, me paré ante un kiosco de la feria a escuchar un gramófono. Las placas daban vueltas y vueltas cantando yo no sé qué historia del rey Faraón. Seguí para mi casa con todo aquello en la cabeza. Cuando ya iba pasando por el puente de Triana, se me aclaró la voz de pronto y empecé a cantar eso que acaban de oír ustedes: “Las placas de Egito.”
Nos quedamos atónitos, y más, comprendiendo que lo que el genial cantaor había escuchado en la feria eran seguramente –e Ignacio nos lo corroboró después– algunos discos, que por entonces muchas gentes los llamaban placas, de “La corte de Faraón”, divertida zarzuela, famosísima en toda España. Y aquello que todos pensamos, lógicamente, serían las plagas de Egipto para Manuel Torres fueron las placas, llegando así el gitano por ese camino de lo popular, compuesto a veces de ignorancias o fallas de la memoria, a su rara y magnífica creación: una nueva copla de cante jondo, sin sombra ya de tan absurdo modelo.
Manuel Torres no sabía leer ni escribir; sólo cantar. Pero, eso sí, su conciencia de cantaor era admirable. Aquella misma noche, y con seguridad y sabiduría semejantes a las que un Góngora o un Mallarmé hubieran demostrado al hablar de su estética, nos confesó a su modo que no se dejaba ir por lo corriente, lo demasiado desconocido, lo trillado por todos, resumiendo al fin su pensamiento con estas magistrales palabras: “En el cante jondo –susurró, las manos duras, de madera, sobre las rodillas– lo que hay que buscar siempre, hasta encontrarlo, es el tronco negro de Faraón”.
García Lorca, otro de los asistentes a aquella fiesta rememorada por Rafael Alberti, escribió en sus “Viñetas flamencas” de “Poema del cante jondo” la siguiente dedicatoria:
“A Manuel Torres, Niño de Jerez, que tiene tronco de Faraón”.


Alberti, Rafael. Marinero en Tierra. Alianza Editorial, 1981Alberti, Rafael. La arboleda perdida. Seix Barral, 1984
García Gómez, Génesis . José Menese Biografía Jonda. El Pais Aguilar, 1996
Taller de Cultura Andaluza nº 18. Junta de Andalucía.

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